El exceso regulatorio que sufrimos y la idea de salvar la patria mediante normas escritas son riesgos endógenos de nuestra sociedad que generan confusión, ineficiencia y corrupción. La fiebre no está en las sábanas.
El recientemente nombrado ministro del interior Juan F Cristo argumenta que Colombia necesita más reformas. También necesitamos más paz y más pan y salud para todos, pero, sobre todo menos corrupción, y nada de esto se logra con refundar el estado mediante una nueva carta magna, sino con implementar las leyes, y reformar puntualmente lo que sea necesario. Ya tenemos una de las constituciones más extensas del mundo (junto a las de Bolivia, India y Venezuela) , sin que tantas palabras nos basten, excepto para la satisfacción de quienes creen que la letra es suficiente.
Dicho esto, lo normal en muchos otros países es debatir sobre las reformas y la necesidad de cambios en el sistema político y legal de manera constante y, sin duda, la pregunta sobre si conviene más o menos realizar reformas, incluyendo una Asamblea Constituyente, es crucial para el futuro del país.
El país enfrenta desafíos en la implementación efectiva de las leyes existentes con niveles de impunidad muy altos, al mismo tiempo que la corrupción, la burocracia y la falta de recursos a menudo obstaculizan la aplicación adecuada de las normativas, todo lo cual indicaría que crear más leyes sin abordar estos problemas subyacentes sería una distracción, y sería, por tanto, fundamental que el Estado mejore su eficiencia y garantice la aplicación de las leyes existentes antes de considerar nuevas reformas. Podemos cambiar las sábanas cuantas veces queramos, pero si no cambiamos nuestra cultura, poco cambiará.
Un ejemplo al respecto es el acuerdo de paz con las FARC, considerado, en su momento un hito histórico. Sin embargo, su implementación ha sido limitada y enfrenta grandes desafíos, no el menor que se finalizó en contra de un plebiscito. Las disidencias de las FARC y otros grupos armados han socavado la paz y hoy se estima que el estado no controla aproximadamente un 40% del territorio nacional. Consecuentemente, antes de pensar en una nueva Constitución, se debe al menos fortalecer la implementación y seguimiento del acuerdo de paz existente, o estaremos expuestos a estar siempre negociando la paz. ¿Qué credibilidad ante el pueblo en general puede tener un nuevo acuerdo de paz?
La preocupación actual de la sociedad por la seguridad es comprensible pues llevamos décadas de conflicto armado y la violencia persiste en algunas regiones, por lo que la idea de una paz total parece utópica, teniendo en cuenta que la paz no significa la ausencia total de conflictos, ni firmar acuerdos permanentes, sino la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Una Asamblea Constituyente seguramente generaría una ley de punto final con una amnistía amplia y generosa para toda clase de criminales, lo cual también podría convertirse en un estímulo para seguir delinquiendo ante la falta de seriedad del estado y su debilidad intrínseca.
En el escenario actual se vuelve cada vez más difícil trabajar en todos los frentes, pero, ciertamente, priorizar el cambio de las normas escritas sobre la eficiencia del estado para frenar la corrupción que carcome al mismo estado y reducir el avance de los grupos criminales parece una locura difícil de entender. Sin embargo, no sería la primera sociedad que se auto infringe un daño enorme. En la vecina Venezuela lo que se votó con la mano, después se rechazó con los pies cuando un buen porcentaje de la población abandonó el país ante el empobrecimiento de la mayoría. De todas formas, lo esencial de cualquier cambio debe ser un análisis profundo de las realidades y la participación de la sociedad civil, siendo la búsqueda de una Colombia más justa, segura y próspera, el objetivo común, independientemente de la vía elegida para el cambio. Las culturas se transforman con educación y el consenso se logra con diálogo.
JUAN L GÓMEZ C
JUAN L GÓMEZ C